Cómo hace el mundo para seguir dando vueltas
En un pequeño pueblito de la provincia de Parma, no muy lejos del Po, me contaron la historia de un viejo tipógrafo que se había retirado del trabajo porque quería finalmente escribir un memorial que estaba pensando desde hace tiempo. Su memorial tendría que resolver el siguiente argumento: ¿Cómo hace el mundo para seguir dando vueltas?
Como era un jubilado, el viejo tipógrafo andaba todo el día sobre una moto y leía todos los escritos que veía. Siempre le gustó leer y pensaba que para entender cómo hace el mundo para seguir dando vueltas debía leer mucho.
Pero con el tiempo se dio cuenta que casi no se podía poner los ojos en ninguna parte sin encontrar palabras estampadas que leer. Publicidad, carteles, escritos en las vitrinas, muros tapizados llenos de afiches hacían que luego de media jornada fuera de su casa haya leído miles y miles de palabras. Y así cuando regresaba a casa no tenía ganas ni de leer libros, ni de escribir, quería sólo ver los partidos de fútbol por la televisión.
Comenzó a pensar que nunca lograría escribir su memorial, porque habían demasiadas cosas que leer. En motocicleta veía tantas palabras estampadas, siempre más afiches y escritos publicitarios en todo lugar, un día le dieron ganas de saber por lo menos qué cosa había pasado: ¿Por qué las palabras por las calles aumentaban siempre? Seguro que algo tendría que haber pasado.
Fue para hablar con un carnicero mayorista que importaba carne de Rusia y que yendo y viniendo continuamente a Rusia tal vez podría saber qué cosa había pasado. El mayorista dijo que la gente creía estar mejor comiendo más carne y que por eso le pedían ir hasta Rusia. Pero que él sepa nada había pasado.
El tipógrafo fue a la universidad de Parma. Encontraba solo estudiantes que no sabían nada y profesores que se pasaban la vida hablando y que a fuerza de hablar, según él, se habían vuelto locos. Entonces entendió que allí tampoco podrían ayudarlo.
Por las tardes llevaba a su nieta a pasear sobre la canastilla de la moto, y le expuso el problema. La nieta le aconsejó hablar con su profesor de ciencias que vivía a las afueras del pueblo. Era un joven inventor.
El joven inventor tenía los cabellos largos hasta la espalda y siempre usaba un mandil de mecánico. Dijo al tipógrafo que nunca antes había pensado en ese problema; y así los tres, el tipógrafo, la nieta y el inventor comenzaron a pensar.
Según el tipógrafo era necesario partir del problema de cómo hace el mundo para seguir dando vueltas, los tres iniciaron de allí. Piensan y discuten, llegando a la conclusión que el mundo sigue adelante porque la gente piensa... piensa en hacerlo dar vueltas.
Pero ¿Cómo hace la gente a pensar? ¿Qué cosa es pensar?
Entonces los tres (sobretodo la nieta que tenía una gran pasión por los estudios) se compraron folletos científicos en la librería, una enciclopedia a cuotas, libros... y comenzaron a estudiar. Aprendieron que los impulsos externos e internos son una corriente eléctrica que viaja a lo largo de los nervios hasta llegar a los axones o hilos que sobresalen de las células cerebrales, acción llamada sinapsis, los impulsos deben dar un pequeño salto, y después una depolarización como en las baterías de los autos, así en el cerebro no hay nada más que esquemas eléctricos siempre variables.
No sé mucho de estos estudios, excepto las conclusiones fallidas a las que llegaron y de las que un día habló el tipógrafo en el bar. Explicó que nadie puede decir, y no hay folleto o enciclopedia que lo explique, de qué manera uno llega a recordar el plato de sopa que comió hace un mes ya que no queda ningún rastro eléctrico de aquella sopa en el cerebro.
Entonces los tres se dedicaron a experimentos prácticos con un encefalógrafo comprado por el inventor en una subasta judicial. Estudiaron los diversos tipos de ondas cerebrales cuando uno duerme, está despierto, tiene sueño o está molesto. Luego hicieron experimentos con la planta de un macetero.
En las hojas de la planta se ponen dos electrodos colegados con el encefalograma, y la planta reacciona de manera diferente cuando alguien se pone adelante. Las ondas que se pueden leer en la pantalla del encefalógrafo, cambian según lo que hace o piensa la persona.
Por ejemplo una vez el inventor le dio un bofetazo a la niña y el trazo de las ondas se formó a picos, como si la planta se hubiera ofendido. Otro día dijo muchas palabras halagadoras a la oreja del portero de la escuela delante de la planta y sobre la pantalla aparecieron formas extendidas y no aserradas, como las ondas del cerebro de uno que duerme.
Estos resultados les condujo a tratar de entender qué cosa piensa la gente, por medio de una planta y un encefalógrafo. Comenzaron a preguntarse ¿qué cosa piensan los ricos?
Se prestaronn un furgón y por la noche fueronn delante de las mansiones alrededor del pueblo. Mientras la niña y el tipógrafo vigilaban la calle, el inventor sobrepasa el murito de cinta y puso los electrodos sobre las ramas de los árboles especialmente cerca de las ventanas. Luego transcribieron los tipos de ondas que aparecieron en la pantalla del encefalograma en el furgón.
En esas enormes casas siempre hay árboles delante de la fachada, con las ramas que llegan hasta las ventanas. Poniendo los electrodos sobre una rama adecuada, los tres trataron de entender, a través de las reacciones del árbol qué cosa tiene en la cabeza la gente que siempre está encerrada en sus mansiones mirando la televisión. ¿Todavía está viva, muerta o solo adormentada? ¿Piensa, no piensa o solo sueña lo que sucede?.
Continuaron con estas expediciones durante gran parte del verano, acumulando muchísimos diagramas. Los compararon entre ellos y también con otros que aparecen en los libros y al final entendieron que no entendieron nada de lo que sucede.
Entonces tuvieron la idea de escribir una carta al alcalde para ilustrar todos sus fracasos. El alcalde pasó la carta al asesor cultural, el asesor organizó una conferencia pública sobre el argumento que apasiona a los tres: ¿Cómo hace el mundo para seguir dando vueltas?
Invitaron para que hable un conferencista que viaja dando conferencias acerca de todo, siempre haciendo referencia a su infancia y a sus recuerdos. En menos de una hora resuelve el problema, responde a las objeciones del tipógrafo, de la muchacha y del inventor y concluye la conferencia. El público aplaude contentísimo de oir que allá fuera hay un mundo tan fácil de explicar que uno se las puede arreglar en media hora.
Historieta del Festival della Economia, | Trento2010 |
Luego todos, apenas salen de la sala y se encuentran en la calle, olvidan inmediatamente todo lo que oyeron, el conferencista olvida todo lo que dijo y mañana nadie recordará siquiera el título de la conferencia. En el pequeño pueblo todo fluye como antes, aparte el hecho que hay siempre más palabras sobre los muros, más carteles, más escritos publicitarios donde el tipógrafo pone la mirada.
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