jueves, 11 de marzo de 2010

Nada cambia

¿Regresa el peor  capitalismo?

                                                                 Federico Rampini

Comer, tomar, comprarte las medicinas: son necesidades básicas incontenibles. Son los artículos más estables y por nada banales, incluso durante la época de crisis son los que resisten mejor.  Cambiar el auto es una decisión que puede tomar incluso años pero en cambio debemos alimentarnos a diario. Es por eso que la industria de los bienes de consumo esenciales ha sufrido una disminución menos pesada que la venta en otros sectores. Cuando el Estado de New York estaba al borde de la banca rota y tuvo la necesidad de generar nuevos ingresos fiscales los buscó precisamente en éstos.  Ha decretado una tasa del 18% a las bebidas. ¡Stop! Dijo la Pepsi-Cola, gigante entre los soft drinks, el fast food, los snacks y dueña de tantas marcas alimentarias de masa. El grupo PepsiCo amenazó inmediatamente con trasladar su cuartel general de New York al limítrofe Estado de New Jersey. Estaban en juego mil puestos de trabajo. El gobernador de New Jersey no dudó en ofrecer 150 millones de dólares de desgravación fiscal al año con el fin de sustraer la sede de la Pepsi a su vecino. Corría marzo del 2009.
Si alguien cree gozar porque esta crisis pone en dificultad a los gigantes del capitalismo mejor sería que lo piense dos veces. Su efecto puede ser el contrario, el regreso de una apropiación más arrogante y prepotente que antes.
Un capitalismo que pone a los Estados en competencia entre ellos (incluso a dos Estados “Unidos” limítrofes) en un intento de aferrarse a lo deseado: menos tasas, menos reglas ambientales o menos derechos para el empleado. La crisis del automóvil en Detroit ha premiado a las casas extranjeras que abrieron sus fábricas en los Estados pobres del profundo sur como Alabama donde la mano de obra no está sindicalizada y los sueldos son mucho más bajos.
La recesión no es de por sí una catarsis purificadora que hace la limpieza de los excesos: a falta de políticas en defensa de los trabajadores, o de movimientos sindicales potentes, la crisis puede tener el efecto de reforzar el peor de los capitalismos. Cuando hay escasez de trabajo, quien puede crearlo tiene el cuchillo por la parte del mango. Con tal de atraer a las pocas empresas que lo asuman, la autoridad cierra los ojos ante la falta de respeto de los derechos y las reglas. El poder contractual de los trabajadores se reduce cuando la desocupación crece. El período de mayor refuerzo de los derechos lavorativos en Europa fue a fines de los años 60: no es casual que llegó al final de una década de boom económico y de empleo absoluto. El desmantelamiento de los sindicatos en el trabajo norteamericano comenzó con Reagan a inicio de los 80 es decir a mitad de la recesión anterior.
Es muy visible hasta en la China el efecto implacable de la crisis sobre la relación de fuerza entre capitalistas y trabajadores. En los últimos años de crecimiento económico galopante –culminados con un +13% del PBI el 2007- la República Popular China conoció una de las reivindicaciones salariales, y tantas huelgas (“salvajes” porque eran ilegales), sobretodo en la región industrial del Guangdong, tanta fue la velocidad del desarrollo que el flujo de mano de obra de los campesinos no era suficiente para satisfacer a todas las fábricas de tejido, de vestidos, de zapaterías, de juguetes.  Escaceaba la mano de obra especializada. Las empresas se las robaban entre ellas ofreciendo aumentos salariales. Para gobernar estas tensiones el gobierno de Pekín encaminó una serie de reformas sociales, ha decretado el primer “Estatuto de trabajadores”, con mayor seguridad lavorativa, sueldo mínimo, leyes sobre vacaciones asalariadas, incentivos y liquidaciones. Se trataba de modestos progresos, graduales, que partía con sueldos bajos pero aun así eran mejorías. Después se derrumbaron en Guangdong las exportaciones con la caída de su demanda en América y Europa. Decenas de miles de empresas fracasaron. Sólo en el último trimestre del 2008, veinte millones de trabajadores que se trasladaron del campo a la ciudad perdieron el puesto y debieron desfilar por las calles en un penoso contra-éxodo hacia sus miserables lugares de origen. El mejoramiento de la condición obrera china ha sufrido una bromita de arresto. Lejos de hacer respetar los (limitados) derechos del trabajador, que recién habían introducido, el gobierno se preocupó por proteger a las empresas: cerrando los ojos ante los abusos. Un paso atrás en lo laboral. Los empleadores tuvieron un ejército de reserva de proletarios desempleados, dispuestos a trabajar bajo cualquier condición.
La interesante idea de introducir en las leyes chinas el indicador “PBI verde” –para medir el desarrollo sostenible y calcular los costos económicos de la destrucción ambiental- fue rechazada. Algo parecido ocurrió durante la crisis asiática de 1997: al año siguiente los costos de producción china bajaron drásticamente en un 10%. Para salir de esa recesión, los primeros en ajustarse la correa fueron los trabajadores. Hoy el riesgo se repropone a una escala mucho más amplia, por la intensidad y la simultaneidad del shock económico. La ley de la demanda y la oferta tiene efectos implacables en el mundo del trabajo, si se deja libre a la lógica del mercado. La peor situación de un dependiente es cuando el jefe le dice:  
       “Afuera hay otras 10 personas listas para tomar tu puesto”.
Rampini, Federico Le dieci cose che non sarano più le stesse
(Las diez cosas que nunca más serán iguales)
Tutto quello che la crisi sta cambiando
Todo lo que la crisis está cambiando
Mondadori. Milano. 2009

¿Regresa el peor capitalismo?, Pag. 34–37
Traducción del italiano Jimmy Vera Flores.

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