
Hoja de crítica social
AHORA (número 26)
AHORA (número 26)
”somos demasiado jóvenes,
no podemos esperar más“
Escrito sobre un muro en París.
Escrito sobre un muro en París.
Existe una pequeña y tenaz tradición de “hacer un llamado a la juventud” lanzada por anarquistas y subversivos en general.
Juventud entendida no en el sentido anagráfico sino más bien como una categoría del espíritu, como insatisfacción activa, como potencialidad, como excelencia.
Lejos de la retórica vital (notoriamente querida por un cierto fascismo) queremos comunicar y compartir una exigencia.
De modo que se entiendan los conceptos de ética, de valores, significan una brecha, un desecho, un conflicto entre lo que se considera justo y lo real, una realidad percibida como inaceptable o insuficiente. Una ética que se esconde detrás de lo visible, sobre lo que existe, una mera justificación del dato, banal apología.
Acomodarse en el carrito ganador significa subordinarse a la tiranía de la fuerza y de la eficiencia. Nuestros sueños, nuestras tensiones son humillados, caricaturizadas por lo existente. Los compromisos, la comodidad nos hace envejecer antes de tiempo.
¡Cuántos jóvenes ya son viejos antes de haber vivido! ¡Cuántos corazones son corrompidos por la carrera, cuántos fuegos infantiles -todavía privos, es decir, sin palabras- son apagados por la gélida sequedad del buen sentido y del realismo!
Piero Gobetti escribió que el fascismo era una “autobiografía de la Nación”. Ahora se puede decir lo mismo del “berlusconismo”. El hombre de negocios de gesto áspero y seguro de sí, el rostro re-fabricado y la sonrisa filosa de barracuda, la cultura comprada en el supermercado y las bromitas acerca de las mujeres representan muy bien al macho... No tanto sobre el plano de las ideas –“busco una idea” diría ahora Diógenes con una linterna en mano- ni mucho menos sobre los “valores” –liquidados a favor de alguna imagen espectacular, evanescente y renovable- más bien en el plano de los afectos, de las pasiones. El hombre berlusconiano –tipo antropológico que se destaca soberanamente como un rey de papel, sobre la risible distinción entre “derecha” e “izquierda”- es prevaricante con los débiles, servil con los potentes, rencoroso con los diversos. En el concentrado fantasmagórico y brutal de una masa amorfa y miedosa. Se cree un individuo pero no es más que una serial y contrahecha parodia.
Además, los jóvenes son indiferentes, privados de ideas, corrompidos por los narcóticos tecnológios, esta época mezquina los adula y adora. Míralos... los “chicos buenos” de la ciudad, y talvez peor aun, de los campos. Cuando están juntos reunidos por algún divertimiento masificado y consentido, emanan un fuerte perfume de violación y linchaje. Se apoyan contra el diverso. Hablan de las mujeres como si fueran huecos para llenar de ...erda (o una muestra risible, en virtud de una innoble camaradería... sus enamoradas). Orgullosos y arrogantes con los aislados y “perdedores”, obsecuentes y sumisos hasta la náusea con sus jefecitos en las fábricas y oficinas. Se burlan de los sindicatos -fantasmas reunidos en castas- pero aceptan condiciones de trabajo que hace 30 años los dueños no las hubieran impuesto ni a palazos. Tienen que pagar las cuotas del auto o de la moto, total, son chicos buenos.
Entonces ¿por qué –dirán nuestros 25 lectores- se dirigen a los jóvenes, a los contemporáneos?
Porque los seres humanos pueden más de lo que son o de lo que hacen.
Porque siempre salen los amotinadores de la multitud anónima.
No escribiremos para convencer a la masa –simpatizar con la bestia colectiva que llaman “opinión pública” es una actividad que dejamos a los convencidos y a los periodistas- más bien para impedir la formación.
Hay jóvenes de toda edad que sienten instintivamente lo que Tagore escribió una vez: “Llevamos como un sobrepeso todo lo que no hemos llegado a regalar”.
Hay jóvenes que no se han inmolado a sí mismos por la propia carrera. Despreciando la autoridad, transgrediendo las leyes del aprovechamiento, se ponen en juego en primera persona, fieles a sus pactos libres. Frente a la opresión y la injusticia, en vez de voltear la cara hacia el otro lado culpando a la época, a la historia, o la “naturaleza humana” madrastra y salvaje, se preguntan: “Si no soy yo ¿entonces quién?, si no es ahora ¿Cuándo?”. En vez del aplauso general, buscan un acuerdo íntimo con sí mismos, con el demonio que les visita por las noches, antes de dormir. La moneda con que les paga la sociedad es generalmente la soledad moral, el desprecio, la guillotina, la cárcel. Sin embargo contra y fuera del rebaño de gregarios, saben encontrar complicidad, alegría y fiesta. A veces en otros contemporáneos, otras veces en esa región del ánimo y la memoria que abole el tiempo histórico y une a los rebeldes de todas las épocas. No escriben o actúan por las generaciones pasadas ni por las futuras, más bien por una suerte de interreño hecho de interlocutores y compañeros de viaje desconocidos, hipotéticos, no-natos, potenciales.
“Joven” es quien no tiene una vida ya trazada, con una forma rígida. Joven es aquel que no se parece a un libro escrito, sino más bien a una tablita de cera con todas las palabras posibles. Joven es quien está abierto no sólo al hacer sino también al reaccionar.
Hannah Arendt decía que la acción es la respuesta típicamente humana al hecho de haber nacido, la renovada posibilidad de transformar un mundo que ya nos lo han dado. Un nuevo inicio. Un recomenzar continuo.
“Inicia de nuevo”, “Reacciona”, nos susurra nuestra aurora interior.
Es difícil donar lo mejor de nosotros mismos a un mundo que nos pide constantemente lo peor. Difícil pero no imposible. En la conspiración de nuestros impulsos se descubre una nueva sociedad -“damos la cara, por lo tanto vamos bien”- es un equilibrio diverso entre el amor y el odio.
Estamos convencidos que en un mundo diferente –a medida de la naturaleza potencial del ser humano- muchos tendrían cosas maravillosas para regalar. Y es de esa maravilla que se puede desencadenar el odio hacia una sociedad que hace diariamente desgracias de todo tipo. Pero hasta en el odio, en la revuelta, en el ataque contra el poder queda un excedente que pide regalarse. Odiamos lo que existe porque amamos lo que es posible.
Acariciando la potencia que no termina con la palabra, con el acto, con las deciciones tomadas, se renueva la historia del homo sapiens, que no es la historia progresiva de un “animal social” ni aquella luminosa de “el que tiene lenguaje”, mas bien la historia abierta y discontinua de un ser potencial.
De esta potencialidad el poder ha hecho una pesadilla agradable, un desierto con aire acondicionado que está deteriorando la vida del planeta.
El mundo -un lugar habitable para nosotros- es mucho más de lo que hemos encontrado, y de todo de lo que estamos privados pero que debemos construir. Escapando con armas y equipaje de las formas rígidas de la sociedad –familia, trabajo, clases, roles- hacia un exilio voluntario, terrible y glorioso a la vez. Un exilio del realismo –“siempre ha sido así, yo qué cosa podría hacer...”- por amor a lo real, es decir a las posibilidades de lo que ilumina o se esconde.
A quienes nos enseñan –con palabras, o con la persuación de la merca y del barazo- la brama del poder, la competencia, la indiferencia, los celos, el miedo, la depresión, opondremos la potencia de la virtud descuidada y peligrosa. La lealtad hacia los desconocidos, la no sumisión a las órdenes, la incredulidad hacia la omnipotencia de lo visible, la determinación por no traicionarnos a nosotros mismos, la disciplina de la atención, la resolución por el riesgo. Descubrimos entonces que confianza, coraje, alegría de los espíritus, perseverancia “actúan escondidos en la lejanía del tiempo”, poniendo siempre en discución “cada victoria que no consiga quien se encuentra en el poder”.
En nuestra revuelta podemos rescatar a los esclavos de Roma y de Egipto y lanzar un mensaje dentro de una botella a las generaciones que vienen: “Nosotros hemos intentado. A ustedes les toca la partida”. Si va mal, habremos vivido.
N.I. La imagen es de Alvaro Portales, no creo que se moleste de ver su chamba en otro blog (si es así sería muy mala onda).
Es cierto, la juventud es un bien que se dilapida entre los jóvenes, como en un acto masturbatorio, -que no es malo ni bueno si es que es satisfactorio-, lo que friega es que se adule a la juventud con frases melosas en lugar de señalarle su propio papel: que deben tomar la vida por sí mismos, madurar lo más rápido posible para evitar la caida de toda la humanidad y la naturaleza. Es cierto que la extinsión llegará y la hora del hombre habrá pasado, eso es natural, pero no ascelerada por la brutalidad de los adoradores del oro y la riqueza, los propugnadores de la lucha y odio de clases, al mantener la brecha entre ricos y pobres, paises sin futuro y élites opulentas y decadentes. De qué sirve ser joven si no se tiene una idea clara de lo que le ocurre a la humanidad y si no se está dispuesto a cambiar esa triste realidad desde las profundidades de uno mismo. La juventud es flor de un día, en 20 años ya no queda nada, sino seres desesperados por alcanzar el "bienestar" de su prole a expensas de los que se quedaron. Entonces serán militantes de "lo viejo" y tratarán de olvidarse de sus "locuras" juveniles. Si eres joven ahora, demuestralo con tu obra, tu sacrificio, ya no tienes mucho tiempo.
ResponderEliminarKUTIRY
Gracias por el comentario. Como nos recuerda la vieja ley de Murphy: "Generalizar es de idiotas"
ResponderEliminarSomos conscientes que independientemente de la edad el ser humano todavìa està en nada, està en proceso y la crìtica va a ese "ser" que no se trasciende a sì mismo.